España debe de ser la única democracia occidental donde discrepar equivale a fracturar la sociedad, y pensar de forma distinta a dividirla. Fracturar y dividir, dicen los de siempre. Como si uno no pudiera opinar como le diera la real gana y seguir siendo tan amigo del de enfrente aunque éste lo haga en términos diametralmente opuestos. Como si todas las ideas no se pudieran expresar desde el respeto y con derecho a ser respetadas. Como si identificarse o comulgar con una determinada línea de pensamiento fuera sinónimo de despreciar al resto. Como si la riqueza de una sociedad no radicara precisamente en su diversidad. Como si todos fuéramos como ellos, en definitiva.
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