En un dels passatges més bèsties de "The Cartel" (2015, en castellà "El Cártel"), un alt comandament d'un càrtel de la droga és executat a cop de ganivet. Posteriorment, el seu botxí li arrenca la pell de la cara i la cus a una pilota de futbol com si es tractés d'una màscara, tot dibuixant un somriure a l'orifici bucal. Que aquest botxí sigui un nen de dotze anys entrenat per a combatre al camp de batalla en què el narcotràfic ha transformat bona part de l'Amèrica Central és el de menys. El que realment esgarrifa no és ni tan sols la serenor lírica amb què Don Winslow narra l'escena, sinó que el propi autor apunti a l'epíleg de la novel·la que bona part de la sinopsi -qui sap si també aquest episodi en concret- es basa en dades i informacions verídiques que ell mateix ha consultat a la premsa, a la xarxa o de la mà de testimonis directes durant un extens procés de documentació.
"The Cartel" és la seqüela de la que es pot considerar com l'obra mestra de Winslow, "The Power of the Dog" (2005, "El poder del perro" en castellà). I com a tal és una ficció, però la seva acció transcorre paral·lela a l'evolució del narcotràfic i els seus efectes en ambdós costats de la frontera que separa Mèxic dels Estats Units. En aquest sentit, si "The Power..." repassava gairebé quatre dècades de guerres -entre càrtels rivals, entre càrtels i agències governamentals, entre agències governamentals de diferents països, entre agències governamentals del mateix país, entre la DEA i la CIA-, "The Cartel" centra la seva acció en un espai temporal molt més breu però intens. Els dos primers lustres del segle XXI, temps durant el qual la corrupció, la guerra bruta i la violència il·lustrades a la primera part van desembocar en autèntics banys de sang i un clima bèl·lic propi de conflictes com els de l'Iraq, l'Afganistan o més recentment Síria.
Don Winslow. |
El gran encert de Winslow, més enllà de retratar l'horror amb tota la seva cruesa, torna a recaure en la forma com el nord-americà penetra les clavegueres més profundes de la condició humana. A "The Cartel", com a "The Power...", no hi ha bons ni dolents, tampoc herois, glòria ni romanticisme. Tan sols persones amb tots els seus defectes i virtuts, tan sols éssers humans que en el millor dels casos desenvolupen els seus respectius rols vitals i en el pitjor es limiten a sobreviure -o a provar-ho-. Tan sols un tauler d'escacs on tot s'hi val, on les aliances d'avui poden ser les venjances de demà i on la línia que separa el bé del mal es manifesta tan fràgil com sovint inexistent. Com el seu predecessor, "The Cartel" és molt més que una novel·la de màfies o un thriller sobre el narcotràfic. És un curs accelerat d'economia elemental, un màster en geopolítica i un aparador d'excepció de la misèria humana més absoluta. A continuació en destaco dos fragments de l'edició en castellà, publicada per RBA amb traducció d'Efrén del Valle:
"Esos asesinatos, esas muertes, le enfurecen.
Le enfurece que sea eso por lo que los conocen ahora, por los cárteles de la droga y las matanzas. Esta es su ciudad de la avenida Dieciséis de Septiembre, el Teatro Victoria, las calles adoquinadas, la plaza de toros, La Central, La Fogata, más librerías que en El Paso, la universidad, el ballet, garapiñados, pan dulce, la misión, la plaza, el Bar Kentucky, Fred's... Ahora es conocida por esos matones imbéciles.
Y su país, México, tierra de escritores y poetas: Octavio Paz, Juan Rulfo, Carlos Fuentes, Elena Garro, Jorge Volpi, Rosario Castellanos, Luis Urrea, Elmer Mendoza y Alfonso Reyes; tierra de pintores: Diego Rivera, Frida Kahlo, Gabriel Orozco, Pablo O'Higgins, Juan Soriano y Francisco Goitia; de bailarinas como Guillermina Bravo, Gloria y Nellie Campobello, Josefina Lavalle y Ana Mérida; de compositores: Carlos Chávez, Silvestre Revueltas, Agustín Lara, Blas Galindo; de arquitectos: Luis Barragán, Juan O'Gorman, Tatiana Bilbao, Michel Rojkind, Pedro Vázquez; de cineastas maravillosos: Fernando De Fuentes, Alejandro Iñárritu, Luis Buñuel, Alfonso Cuarón, Guillermo del Toro; de actores como Dolores del Río, la Doña María Félix, Pedro Infante, Jorge Negrete y Salma Hayek. Ahora los nombres son narcos "famosos", nada más que asesinos sociópatas cuya sola aportación a la cultura han sido los narcocorridos que cantan sicofantes sin talento.
México, la tierra de las pirámides y los palacios, de los desiertos y las junglas, de las montañas y las playas, de los mercados y los jardines, de los bulevares y las calles de adoquín, de las extensas plazas y los patios escondidos, ahora es conocido como la tierra de las matanzas.
Y ¿para qué?
Para que los estadounidenses puedan colocarse".
"Se convirtió en su propio blues, en un fracasado de Tom Waits, en un santo de Kerouac, en un héroe de Springsteen bajo las luces de la autopista estadounidense y el brillo del neón. En un fugitivo, un aparcero, un vagabundo, un vaquero que sabe que se le acaba la pradera pero sigue cabalgando porque no le queda otra cosa que hacer.
Lexington, Huntington, Charleston.
Morgantown, Wheeling.
La soledad no le molestaba, estaba acostumbrado a ella. Le gustaban el silencio, el aislamiento, los largos días en su cápsula, surcando el espacio a toda velocidad, oyendo solo las ruedas y la radio del coche. No le importaba comer solo, con la única compañía de un libro, ejemplares de bolsillo que compraba en librerías de segunda mano y en tiendas Goodwill".
"Esos asesinatos, esas muertes, le enfurecen.
Le enfurece que sea eso por lo que los conocen ahora, por los cárteles de la droga y las matanzas. Esta es su ciudad de la avenida Dieciséis de Septiembre, el Teatro Victoria, las calles adoquinadas, la plaza de toros, La Central, La Fogata, más librerías que en El Paso, la universidad, el ballet, garapiñados, pan dulce, la misión, la plaza, el Bar Kentucky, Fred's... Ahora es conocida por esos matones imbéciles.
Y su país, México, tierra de escritores y poetas: Octavio Paz, Juan Rulfo, Carlos Fuentes, Elena Garro, Jorge Volpi, Rosario Castellanos, Luis Urrea, Elmer Mendoza y Alfonso Reyes; tierra de pintores: Diego Rivera, Frida Kahlo, Gabriel Orozco, Pablo O'Higgins, Juan Soriano y Francisco Goitia; de bailarinas como Guillermina Bravo, Gloria y Nellie Campobello, Josefina Lavalle y Ana Mérida; de compositores: Carlos Chávez, Silvestre Revueltas, Agustín Lara, Blas Galindo; de arquitectos: Luis Barragán, Juan O'Gorman, Tatiana Bilbao, Michel Rojkind, Pedro Vázquez; de cineastas maravillosos: Fernando De Fuentes, Alejandro Iñárritu, Luis Buñuel, Alfonso Cuarón, Guillermo del Toro; de actores como Dolores del Río, la Doña María Félix, Pedro Infante, Jorge Negrete y Salma Hayek. Ahora los nombres son narcos "famosos", nada más que asesinos sociópatas cuya sola aportación a la cultura han sido los narcocorridos que cantan sicofantes sin talento.
México, la tierra de las pirámides y los palacios, de los desiertos y las junglas, de las montañas y las playas, de los mercados y los jardines, de los bulevares y las calles de adoquín, de las extensas plazas y los patios escondidos, ahora es conocido como la tierra de las matanzas.
Y ¿para qué?
Para que los estadounidenses puedan colocarse".
"Se convirtió en su propio blues, en un fracasado de Tom Waits, en un santo de Kerouac, en un héroe de Springsteen bajo las luces de la autopista estadounidense y el brillo del neón. En un fugitivo, un aparcero, un vagabundo, un vaquero que sabe que se le acaba la pradera pero sigue cabalgando porque no le queda otra cosa que hacer.
Lexington, Huntington, Charleston.
Morgantown, Wheeling.
La soledad no le molestaba, estaba acostumbrado a ella. Le gustaban el silencio, el aislamiento, los largos días en su cápsula, surcando el espacio a toda velocidad, oyendo solo las ruedas y la radio del coche. No le importaba comer solo, con la única compañía de un libro, ejemplares de bolsillo que compraba en librerías de segunda mano y en tiendas Goodwill".
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