Comparteixo aquest magnífic article que ha escrit Ignasi Trapero a Indie Lovers perquè sento que em representa. Perquè parla de Primavera Sound i del motiu pel qual molts hem deixat de sentir-nos com a casa en un macrofestival que poc o res té a veure avui amb allò que havia estat i hauria pogut ser. Però sobretot perquè, parlant de Primavera Sound i d'allò que ha esdevingut, ens explica també la mena de societat que hem construït entre tots, fent la vista grossa a tantes coses que passaven al nostre voltant mentre molts de nosaltres presumíem d'anar a escoltar els nostres grups preferits en un entorn que és pura distopia en termes socials i urbanístics. La Nova Normalitat? No se m'acut millor expressió d'aquest concepte que les recents imatges d'un Parc del Fòrum absolutament desbordat.
"Pero lo que importa son los 349 millones de euros de impacto económico en la ciudad, porque esto ya no de va de música ni de cultura. Esto va de capitalismo en su máxima expresión. De ser el Mobile World Congress de la música. Esto ya no va de traer a Sonic Youth, Moldy Peaches o a los nuevos Franz Ferdinand. Que sí, que los traerán igual, pero sobre todo que no se escapen Dua Lipa, Rosalía, J Balvin o cualquier artista que permita vender miles de abonos por su sola presencia, aunque no tengan nada que ver con el espíritu original del festival que empezó a pervertirse en 2019, ya con el fondo americano The Yucaipa Companies habiendo comprado el 29% de las acciones. (...) Pero esto va de convertirse en el Coachella catalán (o catalano-madrileño a partir de 2023). Dudo de que ninguno de los asistentes a aquellas primeras ediciones se hubiera imaginado ni hubiera querido que aquél festival inquieto, diferente, valiente, exigente… acabara convirtiéndose en esta mala copia desvirtuada y desmesurada que es hoy".
"Primavera Sound, con todas sus múltiples virtudes, está sufriendo desde hace un tiempo los mismos males y la misma degradación que Barcelona, la ciudad que le vio nacer: masificación, gentrificación y total atención y dependencia del turismo, aunque eso suponga inconvenientes o perjuicios a la gente que vive aquí el resto del año (sean los vecinos, o seamos en este caso l@s que ya asistíamos al festival sin importarnos su tamaño o prestigio internacional y que ahora nos sentimos arrinconados, como si quisieran expulsarnos definitivamente). Aunque eso comporte precarización laboral o incivismo, o choque con la tan cacareada sostenibilidad del festival y con la necesidad de tomar medidas urgentes contra esa emergencia climática con la que tanto nos llenamos la boca sin mover ni un dedo. ¿Cuántos aviones hacen falta para traer y devolver a sus puntos de origen a 325.000 personas de 149 nacionalidades…? ¿De verdad éste es el modelo de festival al que aspirábamos? ¿De verdad ésta es la ciudad en la que queremos vivir? ¿Continuamos cayendo en los mismos errores pre-pandémicos? ¿Dónde está toda aquella palabrería de que de toda esta pesadilla de los 2 últimos años saldríamos mejores y cambiaríamos cosas que estábamos haciendo mal…?".
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